miércoles, 4 de julio de 2007

Ana Vogelfang y lo que podría estar pasando por Eva Grinstein


Nos cuesta distraer la ley y probar otras formas de mirar: lo primero que se le pide a una imagen figurativa es que cuente una pequeña historia. Después, la mayoría de las veces, también se le demanda que la historia funcione en sus capas como colchón para que el espectador pueda tirarse a encontrar referencias, identificación, evocaciones y todo lo que sea capaz de proyectar. Es el gran costo de la figuración. Representar, no sólo presentar; decir, no sólo mostrar.
Desde el principio Ana, igual que más tarde esos hipotéticos espectadores, se interroga sobre las personas que aparecen en sus cuadros, cuadros ahora crecidos en realismo si los comparamos con otros anteriores. Aunque sabe perfectamente de dónde salieron –del libro de un fotógrafo amado, de una revista hojeada por casualidad, de la web, de fotos familiares– mira esos rostros y a veces no los reconoce. Tengo algo con la paranoia, dice cuando empezamos a hablar del título que eligió para la muestra. Conspirativa es la teoría y también, casi sin que nos demos cuenta, la práctica, teñida por las preguntas tácitas acerca de lo que podría estar pasando. El pánico está de moda pero el futuro es paranoico.
Ana pinta rodeada de cuerpos y de varias caras con ojos que se le clavan; están los del chico con disfraz de reno, los de la hermanita cambiando los dientes, los de una mujer camuflada junto a unos vasos de vidrio (alguien ahí ve tragos perfumados y yo, brotes que esperan la tierra). Son miradas que se enrarecen mientras se las mira y que podrían esconder cosas ocurriendo detrás de escena. Rápida y fresca en los murales, más lenta y dubitativa en las telas, la mano de la pintora dibuja sin miedos de escala y sin pretensiones de retratista. Estos retratos no quieren parecerse a nadie, del mismo modo que el color y la línea no se desesperan por mantener esa uniformidad serial que identifica a un autor coherente. Hay una cierta predilección por las cejas, tal vez. Y, desarmando estándares, unos tonos que pueden vibrar, opacarse o diluirse, volverse densos o desnudos según la necesidad de cada cuadro.
Alguna vez, hace unos cuantos años, me contaron sobre un artista que terminó de montar su exposición, se quedó solo en la galería, puso música y bailó como un loco entre sus cuadros iluminados. Me pregunto qué haría Ana, sola entre las paredes altísimas de Appetite, a merced de estas pinturas y de las historias que (ella también: es la ley) imagina.


Eva Grinstein
junio 2007

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